Tal como hemos venido anunciando, incluimos un apartado del libro que está escribiendo sobre la figura del que fuera gran capataz Antonio RECHI MARQUEZ, su hijo Antonio.
Este capítulo recoge el episodio que ocurrió en el año 1972, en el que procesionaron, por los motivos que se cuentan a continuación, los pasos de la Virgen de Monserrat y de la Soledad de San Buenaventura.
Al cumplirse el XL aniversario de aquel insólito acontecimiento, hemos querido contar con la versión de un testigo y protagonista directo de los hechos.
También en el recuerdo al Diputado Mayor de Gobierno de la Soledad de San Buenaventura en aquel inolvidable dia José-Manuel MUÑOZ SUAREZ.
Damos desde aquí nuestro agradecimiento al autor para con esta página y esperamos ver pronto ese libro terminado.
Por Antonio RECHI GUTIERREZ
Hacía tres semanas santas que Antonio sacaba la cofradía de Montserrat en la tarde del Viernes Santo.
Tal vez debido al desempeño de papel de padre y madre de sus hermanos al quedar huérfano desde muy joven, Antonio tenía muy desarrollado ese espíritu de responsabilidad y preocupación por su gente que hizo de él un hombre muy querido y respetado tanto a nivel de familia, amigos y vecinos como de la totalidad de los costaleros y auxiliares de su cuadrilla.
Siempre me contaba, la alta preocupación e inconveniente que padecía en las tardes de Jueves y Viernes Santo al tener la cuadrilla repartida en dos cofradías (Quinta Angustia y palio de las Cigarreras y San Buenaventura y Sagrada Mortaja, respectivamente) Por eso, cuando recibió la oferta de la Hermandad de Montserrat, vio la gran oportunidad de poder tener, al menos un día de los dos, a toda “su gente” junta. Pero su seriedad y hombría de bien, le hacía sentirse mal por las cofradías que dejaba, en especial con la de Ntra. Sra. de la Soledad. Eso hizo que tras volverse a quedar dicha cofradía sin capataz el año 71, Antonio se puso en marcha para buscar a alguien que cubriera ese cometido con la dignidad y elegancia que la hermandad de Carlos Cañal, requiere.
Por aquella época, existía un empleado de Tabacalera Española, con inquietudes cofrades y magnificas aptitudes para ser un buen capataz de cofradías y de hecho, se hallaba formando cuadrilla, si bien disponía de unos pocos hombres tan sólo. Este proyecto de buen capataz, se llamaba (y se llama) José González Solano, apodado “el rabanero”, con quién contactó Antonio para ofrecerle la posibilidad de ser el conductor del paso de la Virgen franciscana.
José que, como decimos no disponía de los 36 hombres que calza dicho paso, recibió el ofrecimiento de otro capataz consagrado, Salvador Dorado “el penitente” quién por aquellas fechas no tenía cofradía ese día y, por tanto, tenía disponible la totalidad de su cuadrilla.
Así, José González, en la tarde del Viernes Santo de 1971, se puso al mando de sus hombres y los cedidos por Salvador Dorado, para realizar la conducción del paso en su Estación de Penitencia. Lo que tuvo lugar con resultado altamente satisfactorio por todas las partes, hasta el punto de renovar contrato para el año siguiente.
Eran aproximadamente las 7’30 h de la tarde del Viernes Santo, 31 de Marzo de 1972, cuando Antonio que venía junto con sus hermanos, Manuel y Luis y el resto de su cuadrilla por la calle Fernández Palacios a desembocar en Adriano, camino de la capilla de Montserrat, vio venir hacia él un nazareno de la Soledad de San Buenaventura, sin el cartón del capirote el cual aceleró el paso a su encuentro apenas lo divisó. Antonio al verlo, exclamó: “Ese es mi hijo. Algo ha pasado en la Soledad”
El nazareno en cuestión que efectivamente era su único hijo (quién esto escribe) se abrazó a su cuello llorando desesperadamente y entre sollozos pudo articular: “estamos sin costaleros”.
Tras unos instantes de desconcierto pudo ser informado que “El rabanero” no se había presentado con los costaleros cedidos por Salvador Dorado (supuestamente citados, al igual que el año anterior, en la cafetería Nuria en la Avda. de Cádiz) y que en San Buenaventura sólo estaban los propios de su incipiente cuadrilla y que no alcanzaban más que para tres trabajaderas a lo sumo.
Antonio dirigiéndose a sus hermanos les dijo: “Iros con la gente a Montserrat y disponedlo todo para la salida. Si pregunta Rafael Jiménez (mayordomo) decidle lo que ha pasado y que me voy con mi hijo para San Buenaventura a ver si podemos solucionar algo”
Cuando llegó al patio del convento, se encontró un espectáculo dantesco; Unos pocos costaleros (los de José González) con la cara descompuesta, nazarenos deambulando con la mirada perdida unos, llorando otros y el resto del cuerpo de nazarenos y acompañantes en la iglesia, siguiendo el rezo del Santo Rosario, dirigido por el Diputado Mayor de Gobierno (José M. Muñoz Suarez)
Fue inmediatamente recibido por Francisco Yoldi (hermano mayor) y Féliz Albarrán (mayordomo) quienes le pusieron al corriente de todos los pormenores de la situación.
Junto a la puerta que comunica el patio del convento con la sacristía, había un teléfono desde el cual, Antonio comenzó a llamar a otros capataces, para ver si les podían dejan algún costalero de los que se suelen llevar de refresco, pero que por aquellos tiempos, a medida que avanzaban los días en la Semana Santa, se iban haciendo menos probables. Ni que decir tiene, que tratar de completar un paso de seis trabajaderas, con “relevos” de todas las cuadrillas un Viernes Santo por la tarde, era tarea, poco menos que imposible. Pero Rechi marcaba número tras número, sin darse por vencido.
Antonio que, conocía muy bien el mundillo del martillo y la trabajadera, se abstuvo de tratar siquiera de localizar a Salvador Dorado y, sin embargo se mostraba muy preocupado porque alguien localizara a José González para tratar de calmarlo o consolarlo, pero sobre todo arroparlo al menos hasta esclarecer toda la situación. (Y dejo ahí este tema)
En medio de todo este maremágnum, irrumpen en el patio dos nazarenos de Montserrat, capirote en mano a cara descubierta: Guillermo Pickman (hermano mayor) y Rafael Jimenez (mayordomo). Este último, elevando la voz , se dirige a Rechi: “¡Antonio! Cuelga el teléfono que ya está todo solucionado” y acercándose a donde él se encontraba rodeado de los principales miembros de la Junta de Gobierno de la Soledad, continua diciendo: “La hermandad de Montserrat, reunida en Cabildo, ha decidido que con un solo paso, cumple sus Reglas de realizar estación de Penitencia a la Catedral. Sin embargo, la Soledad sólo tiene uno. Así que le hemos dado instrucciones a tu hermano Luis, para que traiga los costaleros del Cristo de la Conversión que se quedará dentro este año, y se los cedemos a La Soledad, para que pueda cumplir con sus Reglas”. Dicho esto se fundieron los tres en un abrazo que después se fue extendiendo entre el resto de los testigos presentes de este discurso sin precedente en la Semana Santa de Sevilla, donde quedó claro el verdadero sentido de hermandad y a la vez, espíritu de sacrificio.
N. del A.: Al final y como capítulo aparte, abundaré en este tema incluyendo elucubraciones personales.
En ese momento, el teléfono sonó y Antonio que era quién estaba más cerca, atendió rápidamente. Ante su sorpresa era Salvador Dorado quién estaba al otro lado argumentando que se había enterado de la situación y se ofrecía con sus costaleros. La reacción de Rechi fue inmediata. Con tono, sarcástico, algo agresivo y triunfal al mismo tiempo, respondió: “¡No Salvador! No hace falta. La decisión de unos buenos cofrades de Sevilla han dado la solución”….Y dicho esto, colgó enérgicamente.
Aquel año, por tanto, La Hermandad de la Soledad procesionó inmediatamente antes de la de Montserrat y siguiendo el mismo itinerario desde la calle San Pablo hasta la Plaza Nueva de regreso, donde tuvo lugar el otro hecho, éste ya más conocido, por haber tenido lugar en la calle ante todo el público que allí estaba presenciando esta situación tan grandiosamente bella como inusual.
Así, cuando el cortejo de la Soledad llegó a la Plaza Nueva, giró a la izquierda en la confluencia de las calles Tetuán con Granada, camino de calle Bilbao para San Buenaventura. Cuando llegó el paso de la Señora a dicho punto, realizó un giro de 180º para despedir a la hermandad de Montserrat que continuaba su camino por Tetuán. Y allí permaneció a la espera del paso de palio de la Reina de Montserrat.
A poco, apareció el palio a los sones de “Esperanza y Macarena” y llegado a la altura del paso de la Soledad reviró a la izquierda hasta quedar las dos advocaciones de la Madre de Dios, frente a frente.
Se repitieron los gestos de fraternidad y abrazos, entre ambas Juntas de Gobierno y llegó el momento de partir cada una para su sede. Entonces a Antonio, se le abrió el tarro de las esencias y tras cambiar algunas palabras con los costaleros de ambos pasos, se escuchó la “levantá” más apoteósica y emocionante que había tenido lugar, al menos hasta entonces en la historia de la Semana Santa de esta Tierra de María. Con esa voz clara y autoritaria que siempre le caracterizó, Antonio Rechi, se dirigió a sus hombres en los siguientes términos: “¡Murillo!....¡atento tú también Julián! ¡Al martillo de la Soledad, los dos pasos arriba! ¡Como ustedes saben!.....¡Tos por iguá valientes ¡ A esta es!”
Se oyó el aldabonazo del llamador del paso de la Soledad. Ese llamador que dedicado por la hermandad, fue regalado a Antonio, tiempo más tarde y que la actualidad conserva su viuda como oro en paño, y entre un repique de guardabrisas y un estertor de bambalinas, los dos pasos se elevaron al cielo de Sevilla, en aquella noche inolvidable para muchos cofrades. La emoción se desbordó con la fuerza de un huracán de júbilo y sentimiento cofrade. Los gritos de Olé, la ovación cerrada y los mares de lágrimas fueron tan unánimes como inmediatos.
La jornada terminó, una vez recogidas ambas cofradías, con una convivencia improvisada en las dependencia de Montserrat, con Antonio, sus costaleros, miembros de las dos Juntas de Gobierno y otros hermanos de las dos corporaciones, muchos aún con el hábito nazareno (entre los que me incluyo) hasta bien entrada la madrugada del ya, Sábado Santo de 1972.